
«Los cuentos se mueven como remolinos de derviches, dibujando círculos más allá de los círculos. Conectan toda la humanidad.»
Elif Shafak.
Aunque ya había estado anteriormente, este nuevo viaje tras casi dos años sin volver a mi querido oriente, me volvió a colocar en mi sitio. En el de «cuanto más veo, menos sé». Otra vez se desmoronó «el castillo de arena» que elaboro una y otra vez, lleno de creencias y de pensamientos imaginados. Nuevamente me pongo en la línea de salida dispuesta a que el país me cale nuevamente para lo imaginado por la magia de lo experimentado.
Capadoccia nos recibe desbordando primavera, con sus montañas delineadas por alguna niña insomne, con montañas, iglesias y pájaros congelados en extrañas piruetas acrobáticas.

Con sus curvas y «falanges» almidonadas, «merengazos» que esconden colores de cientos de años, ciudades excavadas y cuentos aún solo presentidos.
Cada día una estación se abrió paso en una extraña cuenta atrás . KAYSERI con un incipiente verano, de risas y postres en manga corta. La primavera cual «botafumeiro» arrojando colores, flores y ríos desbordados por valles y castillos excavados . Un otoño lleno de sopas calientes y cafés turcos, con gigantes soplando, espantando a los globos aerostáticos y un Invierno cargado de ganas de hielo, que hizo que «EL VALLE DE IHLARA» se convirtiera en un «Toronto» salpicado de pinturas BIZANTINAS y puentes deshilachados.

KONYA, nos recibió sumergida en el Ramadán, silenciosa, como si estuviera abandonada. Tras aprender el saludo Sufí y parecer que nos colábamos en un extraño acceso a «la historia Interminable» , nos empapamos de esta extraña espiritualidad que habla del aún extraño arte de «conocernos a nosotros mismos», abandonándonos al baile hipnótico donde se alinean la mente y el corazón, en una danza infinita. Tratando de entender que quien se encuentra a sí mismo encuentra el amor.
PAMUKKALE, supuso la vuelta nuevamente a la primavera , metereología cangrejera que nos hizo chapotear como niñ@s en sus paisajes de algodón de azúcar, con sus afluentes recuperados donde si no tienes cuidado te pueden salir al encuentro extrañas cleopatras.
La arquitectura es música congelada. (Schopenhauer).
ÉFESO ya en verano desbordante, nos hizo soñar con cuádrigas y teatros, con baños donde los «señoros» romanos «eliminaban sus desechos, sentados juntos» entregados a la oratoria romana. Cuántas melodías congeladas en este derroche de nostalgia.
Y tras decenas de olores, sentires, sabores, colores, llegamos ISTANBUL.
Decía Orhan Pamuk que Estambul es una ciudad de recuerdos, una cosa que él llama hüzün (melancolía). Y es verdad que tiene un poso de algo relacionado con la nostalgia, de antiguos imperios de cuando no estaba arrinconada.
Estambul nunca se me hace «una gran ciudad «, pese a sus 15 millones de habitantes, cada barrio es como un pueblo en sí mismo, cada uno con su propia personalidad, en una extraña mezcla donde te parece estar viviendo en diferentes tiempos, orígenes y credos. además como Pamuk decía “Caminar de noche por las calles de la ciudad le hacía sentir como si deambulara por el interior de su propia mente.” No es extraño que los pensamientos de Rumi todo lo impregnen.
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